martes, 24 de febrero de 2009

El difícil arte de cogerse unos reales

Una escueta guía para el funcionario público ambicioso



Cogerse unos reales es más complicado de lo que uno se imagina. Si bien es cierto que para quien pretenda iniciarse en tan lucrativa carrera en estos tiempos existen incentivos y facilidades (cortesía de unas instituciones afectadas por anopsia), también es cierto que dicha actividad no es realizable por cualquiera, pues se necesitan características específicas para su exitoso ejercicio. Además es preciso diferenciar la profesionalización de la actividad del acto eventual, incluso del primer y único intento. He aquí donde se separa la noción de delincuente profesional de cuello blanco (aunque en las actuales circunstancias sea más correcto rebautizar el término como "de cuello rojo") del simple aprovechador circunstancial -primerizo o aventurero- y cuyas aspiraciones a largo plazo se ven truncadas por su lamentable falta de pericia, luego de un sonoro puntapié por el trasero y su indefectible calificación de "infiltrado" o "agente de la CIA".

Al sortear los impedimentos iniciales (ya de por sí una hazaña), tales como inexistencia de padrinazgo o compadrazgo, falta de ocupación de cargo apto para tal función o la simple impericia en la prestidigitación presupuestaria, el incipiente millonario debe aprestarse para entrar en materia. Para que esto no se convierta en un verdadero tratado sobre la obtención de ganancias ilícitas, vamos a considerar como cumplidos los presupuestos iniciales necesarios para dar inicio a la actividad que nos atañe -pues los padrinos y los cargos públicos no los proveen los libros- y analicemos los requisitos esenciales para lograr una exitosa carrera en lucrativo circuito de las finanzas públicas.

El carisma Uno de los requisitos más importantes, entendiéndose en su elegante acepción de facha. La dificultad intrínseca de este primer elemento estriba en la necesidad de lograr una actitud completamente dicotómica, perfectamente desdoblada, incluso asumiendo rasgos aparentemente excluyentes. El interesado deberá aparentar tanto una imagen intachable (tendiente a repeler automáticamente cualquier crítica u observación acerca de una eventual manejo opaco de las finanzas) como cierto aire de bienestar y astucia, propio del individuo acostumbrado a prácticas y manejos pecuniarios extremadamente dúctiles. En pocas palabras, deberá ser capaz de crear un aura inmaculada inherente a un funcionario recto e íntegro, útil para fulminar con una sola mirada quien pretenda mancillar maliciosamente su reputación. Simultáneamente el otro reto consiste en proyectar esa imagen de hombre mundano, discreto pero práctico de los manejos subterráneos, a los fines de atraer la confianza de toda esa mesnada de ayudantes o claque de colaboradores tan necesarios para el exitoso cumplimiento de su cometido.

La paciencia Otro requisito indispensable. El manejador experto de los dineros públicos debe estar consciente de que no es posible lograr negocios satisfactorio y rentable todos los días. Es más, la obsesión de concretar un guiso diario puede resultar fatal para su carrera. Quien pretenda lograr una trayectoria longeva en la corruptela deberá aprender no sólo a guardar las apariencias, sino a mantener la calma. Las buenas oportunidades tardan en aparecer y solo una flemática decantación de los pros y los contra relativos a cada oportunidad guiará la mano diestra hacia un negocio seguro, estable y rentable, casi exento de riesgos. Que no se nos malinterprete; con esto no se excluye la posibilidad de que sea el mismo interesado quien se establezca como el iniciador de las circunstancias creadoras del negocio (o sea, el que tiene la idea o el que suelta los reales), no obstante la buenas ideas son un bien colectivo y cualquier persona, dentro de un determinado círculo de relaciones interpersonales, podrá aprovecharse de ellas, siempre y cuando mantenga la actitud descrita con anterioridad: estilo, clase y paciencia.

Trabajar bajo presión A veces las fechas apremian, otras veces la competencia es asfixiante. Y en algunos casos inclusive la imagen de funcionario intachable no es suficientemente sólida para mantener alejadas críticas destructivas y malos comentarios. Es preciso por lo tanto efectuar un rápido recálculo de los riesgos y los beneficios que el negocio pueda proporcionar. Esta simple (pero estresante) operación se erige como la verdadera prueba de fuego del funcionario ambicioso. Únicamente cuenta con tres opciones:

1. Desistir

2. Asociarse

3. Insistir

La primer opción es seguramente la más trágica y no necesariamente la más segura, por cuanto una retractación muy acelerada y una actitud muy despavorida pudieran denotar culpabilidad de manera casi inmediata. Para adoptar este lamentable camino debe valorarse la magnitud de la denuncia, de los riesgos y de las pérdidas.

La segunda opción es quizás la más común, sin embargo puede conllevar al aumento exponencial de los socios y diluir los rendimientos del negocio. Aún más lamentable es cuando los deseos incontrolados de los viles detractores se desbordan y éstos pretenden (¡de manera inaudita!) asociarse en actividades no comprendidas en la denuncia inicial. En este caso es preferible optar por una solución ganar/ganar, exigiendo cierto grado de compromiso o sacrificio al futuro socio. También es válido plantear una alianza estratégica a largo plazo.

La tercera opción implica en enfrentamiento directo. Esta última acción debe ponderarse cuidadosamente por cuanto pudiera conllevar la eliminación de una de las partes. En caso de pérdida los resultados son desastrosos pero en caso de supremacía el carisma pudiera incluso incrementar (vid. El carisma).

Así que si usted ya cuenta con chequera y presupuesto o amistades que los tengan, no pierda más el tiempo y ponga en práctica ahora mismo estos valiosos conocimientos.

¡Éxito!

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