domingo, 1 de marzo de 2009

Un lugar políticamente pavoso

Ser supersticioso no es recomendable pero toda regla tiene su excepción



La Plaza Altamira es un lugar políticamente pavoso. Está bien para pasear y comer un helado, para transcurrir el 31 de diciembre y disfrutar del espectáculo de fuegos artificiales, para organizar la gran bailanta gaitera de Venevisión o para intentar rebajar unos cauchitos con unas clases de bailoterapia -cortesía de la Dirección de Deportes de la alcaldía del municipio- los domingos en la mañana, pero para fines políticos la Plaza Altamira es un lugar pavoso.

Todo comenzó cuando un grupo de militares emitieron un comunicado en contra del régimen e invitaron a los demás miembros de la institución castrense para que los acompañaran en la Plaza Altamira -territorio liberado- en su política de "brazos caídos". Algunos así lo hicieron.

En un santiamén el lugar se llenó de gente, de altavoces, de carpas (para quienes incluso pernoctaban) y de buhoneros a cargo del pleno abastecimiento de parafernalia patriótica a uso de la vociferante multitud. Jamás en Venezuela se habían vendidos tantos pitos y cacerolas juntos. Ni se diga de las banderitas, cuando todavía eran siete las estrellas.

Mas que alzados, estos militares andaban "bajados" porque en vez de intentar una acción consustancial con su bélica naturaleza, optaron por declararse en "desobediencia legítima". Al intentar crear un efecto dominó para así deslegitimar al régimen de una forma aparentemente pacífica y desarmada, en realidad, dieron vida a un oxímoron: el militar pacífico. De todas maneras la estrategia no le funcionó.

A los pocos días las adhesiones mermaron y la Plaza Altamira se convirtió en un extraño centro de "poder paralelo", o mejor dicho, quiso convertirse en un centro de poder, mas se reveló simplemente un lugar de esperanzas para quienes aún no habían entendido que el pronunciamiento había fracasado.

Las mismas autoridades gubernamentales otorgaron al lugar una importancia que en realidad no le correspondía, refiriéndose constantemente al sitio como a una cueva de peligrosos conspiradores y punto de encuentro de cientos de "apátridas", todos deseosos de socavar al régimen democráticamente elegido. Incluso tanta presión por parte el gobierno desembocó en la muerte de tres personas (entre las cuales una adolescente) y varios heridos, a raíz de la acción de un individuo aparentemente afecto al "proceso" quien asumió la tarea de "limpiar la plaza".

Cuando por fin cesó la alharaca "reaccionaria" el lugar pronto quedó vaciado de toda significación política o histórica para la oposición, quien consideró el lugar como la Alesia venezolana.

En cambio, para el oficialismo el recuerdo de las fugaces (e imaginarias) glorias opositoras seguía presente. Tan presente que apenas las condiciones políticas se hicieron propicias se organizaron masivos eventos teñidos de rojo con el fin de demostrar la "conquista" del antiguo bastión opositor.

Los locales (en su mayoría opositores), ante el despliegue de poder oficialista y el vataje revolucionario, reaccionaron con apatía y perplejidad, prefiriendo olvidar y (sobre todo) ignorar tales eventos; los visitantes en cambio, actuaron con cierta incomodidad, debido principalmente la forzada confianza y, en algunos casos, al temor de represalias por parte de supuestos grupos "armados" ante su desafiante conducta.

Desde ese momento cada vez que el oficialismo ha organizado actividades en dicho lugar (y han sido varias), en vez de conseguir una victoria o una reafirmación de su precaria hegemonía electoral mas bien obtiene todo lo contrario, causando una silenciosa derrota pues sufre una pequeña hemorragia de poder. El esfuerzo por dominar y ocupar un lugar que en esencia le es extraño no constituye un sólido acto de fuerza y, en realidad, se asemeja más a una patada de ahogado impulsada por la desesperación política que a un despliegue de poder. Pura bravuconería innecesaria, por cuanto hace tiempo que el "peligro" dejó de existir. Desde que empezaron tales actividades los votos para el "proceso", así como su popularidad, han venido menguando o no han alcanzado las metas previstas. Y a las pruebas me remito trayendo a colación la famosa fanfarronada de los "diez millones", que al final resultaron ser unos siete y pico, casi tres millones menos que lo vaticinado y los "excelentes" resultados del reciente referendo plebiscitario. Una tontería.

Pero creer en la pava no sólo es síntoma de ignorancia sino también señal de miedo. Así que para desmentir la supersticiosa y temeraria teoría esbozada en estas líneas, el oficialismo debería concretar más actos de masa en la Plaza Altamira.

De repente hasta organizar un cierre de campaña.

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